Fondo de Cultura Económica publica toda la poesía de Rossella Di Paolo
Escribe: Gabriel Ruiz Ortega
Si bien la poesía siempre será un asunto de grandes minorías, no debemos dejar de subrayar que la única verdad en literatura se conduce mediante ella. Este género posee una luz propia, en donde la sensibilidad e intelecto se fusionan en una sola vía de expresión que no admite mentiras, menos medias verdades, tal y como lo dijo Johannes Pfeiffer en su maravilloso librito La poesía.
Bajo este escenario, la tradición poética peruana se ubica entre las mejores del mundo. Una revisión a la misma arroja resultados que conmocionan y escarapelan: las listas de poetas y poemarios que podemos armar por periodos y gustos personales son un desafío estimulante a la memoria y formación lectora. Esa es una de las razones de tantos debates y polémicas en torno a la poesía peruana (antologías, ediciones críticas, posición en las encuestas, festivales, reseñas, entrevistas, etc.), no es para menos: sin esta tradición, la literatura peruana quedaría diezmada. Imaginémosla sin ese peso.
En nuestro panorama contemporáneo, la poeta Rossella Di Paolo ha brillado de manera particular: la crítica y la lectoría han estado de su lado, para empezar; a ello sumemos la construcción de un perfil que le ha permitido cuidar una poética que ha transitado lejos de las controversias y de las entendibles campañas de posicionamiento. En casi cuarenta años de ejercicio poético ha publicado cinco poemarios (Prueba de galera, de 1985, Continuidad de los cuadros, de 1988, Piel alzada, de 1993, Tablillas de San Lázaro, de 2001, y La silla en el mar, de 2016), un número modesto pero que nos da una idea sustentada de su no apuro por publicar (la tentación para la mayoría de poetas). Los reconocimientos recibidos, aunque no abundantes, no dejan de ser significativos: en 2020 la Casa de la Literatura Peruana le otorgó su prestigioso homónimo premio y en 2022 la imprescindible revista Martín le dedicó su edición 35.

En este sentido, la aparición de Poesía reunida, 1985 – 2016 del Fondo de Cultura Económica, resulta importante porque presenta a Di Paolo en el imaginario lector hispanoamericano. Sobre su propuesta, Ana María Gazzolo indica lo siguiente en el prólogo: “Su poesía ha ido diseñando el mundo en el que habita un ser que solo se explica y se justifica por sí mismo”. En esta coordenada, Di Paolo exhibe un registro diáfano en su morfología e inteligente/sugerente en su contenido. Dicho de esta manera, parece un proyecto a desmontar sin dificultad, pero así son las plumas sólidas, hacen creer que la epifanía viene por generación espontánea.
Al respecto, la lectura cronológica de estos cinco poemarios suscita una especulación: en algún tramo de su vida, Di Paolo decidió no contaminar su mirada. A saber, ha escrito de los mismos temas que sus compañeras y compañeros generacionales (la relación con la palabra, el erotismo, el amor, la pérdida, la casa como refugio, la crítica social, etc.), pero cada título suyo está libre de la atadura contextual o del discurso colectivo, es decir: a lo largo de su trayectoria, Di Paolo no ha dejado de ser dueña de su agenda poética. En el cuidado de esa mirada, yace la singularidad/insularidad/atemporalidad de su obra. Por ejemplo: ¿acaso Piel alzada —poemario aplaudido— no se leería mejor hoy?
Por ello, hay que celebrar la presente publicación. Es la consagración editorial de una estupenda poeta que no se la cree por la sencilla razón de que respeta la pureza de la palabra escrita. Además, este es, bajo todo punto de vista, un libro que se espera del Fondo de Cultura Económica, que aparte del que nos ocupa, ha presentado también Canto Villano. Poesía reunida 1949 – 1994 de Blanca Varela y Todo lo guardo en mis ojos. Poesía reunida (1967 – 1972) de María Emilia Cornejo. Estaríamos, entonces, ante una colección consagrada a poetas mujeres legitimadas por la calidad. No debería haber prisa por la siguiente joya de la Corona.
TRES POEMAS DE ROSSELLA DI PAOLO
SAL SI PUEDES II
Vivo en la casa de la poesía.
Subo despacio sus escaleras
y también, saltando, las bajo.
Me siento en la silla de la poesía,
duermo en su cama, como en su plato.
La poesía tiene ventanas
por donde se deja caer
mañanas y tardes,
y bien me cuelga una lágrima
bien sopla hasta tumbarla / Con esto
quiero decir que trae
curitas y heridas
en la misma canasta.
Yo quiero tanto a la poesía que a veces creo
que no la quiero / Ella me mira,
mueve la cabeza y sigue tejiendo
poesía.
Como siempre, me quedará grande.
Pero cómo decirle / cómo decirle
quiero salir / quiero freír
honestamente mis espárragos…
Ya la veo alcanzándome
con su botella de aceite
y su loca sartén.
Ya la veo,
con su atadito de espárragos
saliéndole de la manga.
Ah su frescura / su fulgor desordenado
y el demorado compás con que me cerca.
Y yo me rindo / me rindo siempre porque vivo
en la casa de la poesía / porque subo
las escaleras de la poesía
y porque también las bajo.
De: Tablillas de San Lázaro (2001)
PROFESORA DE LENGUA Y LITERATURA —EX
Sepan que estoy viviendo, nubes,
sepan que canto
Javier Sologuren
Nunca más pararme frente a la pizarra –ecce femina–
con un cucharón
para meter en los platos vacíos de sus cabezas
el engrudo homérico, la berenjena eglógica
el acento esdrújulo y miserable, ni más
tizas de colores, salsas de tomate,
para abrirles las bocas
ojalá el entendimiento.
Ya no la tarjeta en la tostadora horaria
saltando con su tardanza al rojo vivo
ni exámenes para probar cuánto resisten
mis nalgas en el pupitre y cuántas tildes
puede gotear un cárdeno Faber Castell 031.
Se acabó la clase, la ilusión de mango,
todos al recreo, yo al recreo (pero sin vuelta)
al recreo de desclavarme de la pizarra
y saltar por la escalera al fin resucitada.
Último día, las rejas se levantan,
y en este valle ameno
nubes, sepan que canto
sepan que canto, bestias.
De: Piel alzada (1993)

LAS ALTAS DISTANCIAS
Si yo escribo tu nombre en la arena
y tú escribes mi nombre en la arena
pero en otra playa
es que hemos descuidado las cosas
hemos dejado crecer el mar como hierba mala
y habrá que arrancarlo con cuidado
hasta allanar la arena de esa playa
donde puedas escribir mi nombre y rozar el dedo
que está escribiendo el tuyo despacito.
De: Piel alzada (1993)