ANDES RACE, TAMBIÉN CONOCIDA COMO ‘EL DESAFÍO DEL CHASKI’, ES LA PRIMERA ULTRA MARATÓN HECHA EN EL CUSCO. ABARCA DISTANCIAS DE 100K, 60K, 30K Y 13K, CON TRAMOS QUE SOBREPASAN LOS 4700 M.S.N.M. COMO EN EL IMPERIO INCAICO, AQUÍ TAMBIÉN HAY TAMBOS O PUNTOS DE AVITUALLAMIENTO, PERO CON RESCATISTAS, PARAMÉDICOS, CABALLOS Y CAMIONETAS DE EVACUACIÓN. ESTE ES EL TESTIMONIO DE UNA COMPETIDORA QUE DEMOSTRÓ TANTO BUEN ESTADO FÍSICO, COMO CORAJE ANTE LA ADVERSIDAD.
ESCRIBE: MARILÚ SALAZAR
ANDES RACE 60K ES UNA DE LAS CARRERAS que más esperé este año. Me preparé con mucho tiempo de anticipación participando en carreras muy duras que me sirvieron de entrenamiento. La verdad es que, después de haber vivido experiencias tan difíciles como el Ultra Trail 50k Cordillera Blanca y los 50k de LLanganuco Mountain Trail, pensé que lo que vendría sería más fácil.
Llegó el día de volar a Cusco, ciudad mágica y mística. Como en cada carrera, la emoción me embargaba. Llegue súper temprano al aeropuerto internacional Jorge Chávez, cargada con mi “pequeña maleta”. Luego de un vuelo corto, aterrizamos en el aeropuerto Velasco Astete de Cusco sin problemas.
Mi aventura empezó camino al hotel Nao Victoria Hostel, ubicado cerca a la Plaza de Armas. Tuve que caminar varias cuadras en subida, rodando mi “pequeña maleta” por la plaza. ¡Caray! ¡Aún no había empezado la carrera y ya tenía dolor de espalda!
Nunca había compartido habitación con cinco personas que no conocía, menos con personas de ambos sexos y de distintas nacionalidades. Debo confesar que la primera noche dormí con un ojo abierto. A partir de la noche siguiente, los organizadores me cambiaron a una habitación de solo de chicas, así que todo fue más relajado, excepto por el hecho de que eran mucho más jóvenes que yo y, por supuesto, no venían a Cusco a correr, sino a pasarla bien.
Este primer día sirvió para aclimatarnos en un lugar de mayor altura, así que fuimos temprano a Chincheros, a 3,800 m.s.n.m. La aclimatación me sirvió para conocer a gente maravillosa. Zenaida, por ejemplo, una hermosa mujer artesana, experta en el arte del tejido, que muy pacientemente me explicó el proceso de producción de una manta. ¡Quedé maravillada! No imaginaba que la confección sería una labor tan ardua. Solo teñir las lanas, toma aproximadamente dos meses. Todo el proceso de confección está basado en técnicas que han sido transmitidas verbalmente y a través de generaciones por sus ancestros. No hay patrones de diseño; los dibujos de las mantas, chompas, chalinas, carteras, y demás prendas, están solo en la mente de Zenaida. Y sus manos tejen a gran velocidad.
Llegó el momento de regresar a Cusco, pues ya empezaba el frío en la zona. Tenía que preparar todo mi equipo, para partir al día siguiente hacia el pueblo de Lares, donde era el punto de partida de la competencia. Sería la última noche de sueño completo, así que tenía que descansar muy bien. Este es el momento en que ni un buen té de manzanilla te calma. Muchos sentimientos encontrados, ilusiones, nervios, energía acumulada… pero ¡a dormir se ha dicho!
¡Y amaneció! Lista para ir al pueblo de Lares, a tres horas en bus desde Cusco ciudad. El camino es espectacular y el paisaje hermoso: verde intenso, cielo azul, con imponentes nevados y muchas, muchas alpacas. Pasamos por el abra de Lares, a 4,460 m.s.n.m., como para ir haciéndonos la idea de lo que nos esperaba. El frío se hacía notar. De hecho, en la charla técnica previa a la competencia, nos habían informado que en el clima estaría muy frío, con un 80% de posibilidades de lluvia, algo inusual para la temporada.
Llegando al Lares, lo primero fue ubicarnos en el hotelito que se había reservado para los competidores. Por 15 soles no podíamos pedir mucho, tan solo una camita que nos deje cerrar los ojos por unas horas. Eran las 6:30 pm y ya debíamos dormir, pues a las 2:00 am teníamos que estar en la plaza de armas para la revisión de los equipos y la partida. Ya había oscurecido, los nervios eran totales. Era la primera vez que iba a afrontar una carrera tan larga en la altura. Pero sabía que estaba físicamente preparada para hacerlo.
Me acosté con mi plan de carrera en mano. Estudié nuevamente la ruta para saber exactamente lo que debía hacer para pasar los “tiempos de corte”, es decir, los tiempos en que debía llegar a los kilómetros 18, 30, 45 y 60 en un máximo de 16 horas. Realmente me había preparado. Era toda una nueva experiencia para mí. Había soñado con esa carrera. Evidentemente dormir fue muy difícil, pero logré descansar al menos cinco horas. A la 1:30 am sonó el despertador.
¡Y ahora sí, llegó el momento! Mi corazón latía a mil por hora. Hice unas respiraciones para relajarme, comí un poco de pan y fruta, me cambié y lista.
Era hora de la revisión de equipos, no hacía tanto frío. ¡Qué maravilla! La ropa que llevaba era la adecuada para ese momento. Pero al ver a mi alrededor me di cuenta de que estaba loca. Todos los que estaban ahí eran atletas experimentados en ultra maratones de montaña, yo era la única nueva. Aydee Soto, entre las mujeres. Remigio Huamán y Emerson Trujillo, los capos del trail running. ¡Dios mío! ¡Ya se pueden imaginar mi susto! Pero ya estábamos ahí, y no había marcha atrás.
A las 3: 00 am en punto se dio la partida. Qué momento tan emocionante para mí. Todos salieron embalados. Yo, por el susto y el miedo a perderme en la noche, empecé a seguir al grupo, pero una hora después los fui perdiendo de vista. Eran mucho más rápidos.
Sola en la oscuridad, no encontré las marcas del camino y me perdí por unos diez minutos. En un principio casi pierdo la calma, pero luego me dije: ¡relájate! ¿Qué te puede pasar aquí? Mira las estrellas, disfruta de la madrugada y sigue, sigue adelante. Así que la calma llegó nuevamente al cuerpo y, con la mente más ordenada, pude visualizar la siguiente marca y entré en ruta nuevamente.
La primera subida fue larga y pesada, de 5 kilómetros y con un desnivel de +900m. Así el grupo de corredores llegó a los 3,700 m.s.n.m. Pero la bajada fue aún más dura, ¡súper técnica! Terminando esa bajada, en el kilómetro 13 aproximadamente, llegamos a un río. Y, ¡oh sorpresa!, había que cruzarlo metiendo los pies al agua que, a esa hora de la madrugada, comprenderán, estaba literalmente helada. Pero seguimos para adelante y, sin pensarlo dos veces, ¡al agua patos! En ese momento pude darle una ojeada a mi plan de carrera y todo iba perfecto. Seguimos en ruta, corriendo, con el río a mi lado izquierdo. Y más adelante, una vez más, debimos entrar nuevamente en el río y cruzarlo otra vez.
Alrededor de las 7:40 de la mañana llegué al primer Punto de Avituallamiento (PA), provisto de comida e hidratación para los corredores, en Chupani, KM19 y un desnivel acumulado de +1500m. En la carpa me encontré con varios expertos extranjeros que descansaban, pues ellos estaban en la ruta de los 100K. Todos me daban ánimos porque era mi primera vez en una competición ultra de montaña. ¡Me sentía genial! Tomé mi sopa y seguí adelante. La siguiente subida llegaba a los 4,200 m.s.n.m., pero yo estaba con los ánimos a tope. Realmente no la sentí tan brava y la bajada fue súper divertida, aunque habían algunos bofedales en los que mis bastones se atoraban con frecuencia.
Luego de esto debía llegar a Huacahuasi, en el KM 32, donde estaba el siguiente PA. Esa subida de cinco kilómetros y desnivel +400m, me pareció interminable. Bueno, es que ya tenía ocho horas corriendo. Pero mi aliciente era que ahí me esperaba otra sopita y unos minutos de descanso.
Llegué a las 11:32am. Pasé el «tiempo de corte», aunque con media hora de retraso, según lo planeado. Así que solo pude tomar mi sopa, sacar algunas cosas para mi mochila y salir volando. Justo cuando salía, 11:42am, empezaba a caer una lluvia intensa y el encargado del PA me preguntó si estaba segura de querer salir con esas condiciones. Yo le dije: ¡claro! Total, ya antes había corrido bajo la lluvia. ¿Cuál era el problema? Así que, con las energías repuestas, salí a enfrentar la última subida fuerte de 6 kilómetros y desnivel +660m, hasta el abra en Ipsaijasa, a 4,500 m.s.n.m., para luego bajar corriendo otros 8 km hasta el siguiente punto de hidratación en el KM 45, que además era el último corte. ¡Vamos Marilú! ¡No falta nada!
Empecé por fin la última subida. Todo era verde y hermoso, había viento y lluvia, pero eran totalmente tolerables. A los pocos minutos todo empezó a cambiar. El viento se puso intenso y empezó a caer granizo muy fuerte, pero nada me detenía. Seguí subiendo y comenzó la tormenta de nieve y todo lo que era verde y hermoso se puso blanco y agreste en cuestión de segundos. Y no solo eso. La nieve, que caía en cantidades industriales, tapó todas las marcas de la ruta.
Yo seguía subiendo, hasta que en un momento ya empecé a tener dudas de a dónde me dirigía. Entonces miré hacia atrás y, entre la nubosidad, veo que vienen corriendo dos personas: un muchacho de la ruta de la 100K y el barredor de la carrera, así que decidí esperarlos. Cuando nos encontramos, ya no se podía ni hablar del frío y las manos ya casi no podían moverse. Mis pies aún estaban bien, pero el muchacho ya no sentía los suyos, y se quejaba de mucho dolor. Felizmente el barredor de la carrera era de la zona y conocía el camino. Estábamos a casi 4,500 m.s.n.m., ya el oxígeno nos faltaba un poco y el frío nos estaba carcomiendo. Era muy complicado hablar entre nosotros, pues no se podía escuchar nada por el ruido de la tormenta. En medio de mi desconcierto, llegué a ver una bonita escena: las llamas, habían llamas por todas partes, indiferentes a la tormenta de frío. Nunca imaginé que su lana las abrigara tanto.
Por fin llegamos al abra de Ipsaijasa. Las carpas del PA estaban totalmente cubiertas de nieve. Entramos en una para tomar un poco de agua caliente y reponernos. A mí me dolía todo. El muchacho se sacó las zapatillas y puso sus pies al lado de la hornilla, para calentarlos. A los pocos minutos empecé a temblar, y era que, a pesar del impermeable, toda mi ropa estaba mojada. Mi mochila era como una esponja llena de agua en mi espalda. El viento casi volaba las carpas, y ahí me dije: hay que salir de aquí lo más pronto posible. ¡Así que salimos! Saqué mi manta térmica, que solo había que usar en caso de emergencia, y pensé: ¡la cosa si está grave, pero hay que seguir! Si bien estaba muy asustada con todo lo que estaba pasando, jamás llegué a perder el control. Solo estaba concentrada en salir de ahí lo más rápido posible y llegar a la meta.
La bajada estaba absolutamente llena de nieve y era cada vez más difícil de afrontar. Tuve miles de resbalones y caídas, caía y me levantaba, y volvía a caer. Sentía que eso sería interminable. A pesar de que yo había hecho dos veces esa ruta el año pasado, esta vez el infernal clima hacía irreconocible el lugar.
Como el frío ya me estaba matando, empecé a correr y llegué a una parte sin nieve. Pero aún allí el viento helado y el granizo continuaban. Ahora el lodo era el enemigo, mis zapatillas se hicieron pesadas y las caídas eran más frecuentes, pero nada me detenía. Solo quería llegar al próximo punto de avituallamiento y calentarme.
Hasta que por fin llegué al siguiente PA en Patacancha, KM45. Cuando vi estacionada la camioneta de rescate ¡sentí que volví a nacer! Realmente me había sentido en peligro durante todo ese tiempo. En la camioneta encontré a un compañero con hipotermia. En ese momento me olvidé de mí y solo pensé en ayudarlo a que saliera de ese estado. Cuando todo estuvo controlado, es cuando recién mi cuerpo empezó a sentir, de una manera muy intensa, el frío y un dolor de espalda que me torturaba. Comencé a temblar sin poder controlarlo y es ahí cuando me vino el bajón. Así que tomé la decisión de parar (y de comer y tomar algo caliente para nivelarme), porque obviamente, en esas condiciones era imposible seguir en la ruta. Para mí la carrera había terminado.
Ese trayecto de catorce kilómetros de nieve fue lo más duro que he pasado en mi vida. Además de mi preparación física, mi mente jugó un papel muy importante. Pues primero que nada tuve que mantener el control ante la emergencia, después era importante combatir el frío, el hambre y la sed. Durante ese tiempo concentré toda mi energía en salir de ahí. Mi mente dio la orden a mis pies de mantenerse activos y calientes. Solo repetía eso una y mil veces, y lo controlé, y lo logré. Fue muy difícil experimentar esta situación.
La verdad, salí muy orgullosa de mi misma. Y me di cuenta, una vez más, de lo que estoy hecha. Tuve valor en todo momento y el temor lo utilicé a mi favor como una gran energía para vencer la dificultad. Había soñado con esa llegada a la meta, y aunque esta vez la meta no fue conquistada, pienso que salí victoriosa y por la puerta grande. Hoy celebro la vida. ¡Andes Race 60K, voy por ti nuevamente el próximo año! ■