Una dama oscura


© Rolly Reyna

Suspenso, miedo y violencia en La piel del murciélago, la nueva novela de Diego Otero que tiene como personaje principal a una poeta que realiza servicios ‘non sanctos’ por encargo de un mafioso.

Escribe: Carmen Ollé

Diego Otero publicó su primera novela, Días laborables, en el 2018. Se trata de un gran lector de la novela negra, cuya poesía -a decir de la crítica, en entrevista de Jorge Paredes- también tiene un aliento narrativo. “En su poesía”, afirma Paredes, “nos encontramos con la figura del doble”. Esta figura es conocida en alemán como doppelgänger: un mismo personaje se desdobla en dos individuos.

En La piel del murciélago encontramos otra figura interesante, el otro yo o alter ego, pariente, digamos, político del doppelgänger. Pero el alter ego tiene su raíz en la psicología. Se trata de un segundo yo o la proyección del autor en un personaje ficticio, pero con sus propios rasgos de identidad; que en este caso sería Elisa, una mujer poeta, como el poeta Diego Otero. Este personaje femenino me hizo recordar a Slacks en el relato de Boris Vian (Francia 1920-1959), Los perros, el deseo y la muerte, publicado en la década del cincuenta, en el que una bailarina del Bronx solo se excita, de madrugada, cuando al volante de un taxi atropella perros que encuentra por las calles de Nueva York.

La piel del murciélago -a mi modo de ver- está construida como un arte poética a manera de un thriller. Es decir, que puede ser leída en parte como un arte poética dentro de un cuerpo narrativo donde predomina el suspenso y la violencia. Elisa, el personaje murciélago (¿alusión a Batman, el caballero de la noche?) escribe poesía. Para aliviar a su padre de una onerosa deuda cae en manos de Fabiani, un mafioso escondido en la figura de un hombre dedicado a la fotografía. Ella tiene el encargo de someter a mafiosos que, a su vez, son víctimas de Fabiani.

La novela fluye gracias a elipsis temporales y espaciales, saltos en el relato que se manejan con gran pericia y permiten que el lector también acelere el pulso con el suspenso, una tensión que no nos abandona en la lectura, y nos hace imaginar que algo malo ocurrirá, que el personaje principal corre peligro. Esta sensación es parte esencial de la trama.

La narración avanza con gran estilo por sus descripciones singulares; son descripciones subjetivas de paisajes exteriores e interiores, paisajes urbanos donde la mirada del personaje predomina y no la mirada fotográfica. Llaman la atención, por ejemplo, las descripciones de los espacios de la cocina, del bar o una sala; son recintos gélidos, casi vacíos. 

SOMBRAS, NADA MÁS

Un personaje que se roba la atención es Lin Yikan, de origen oriental. Las opiniones de Lin sobre la poesía son como las descripciones antes mencionadas, parcas y misteriosas. La misma Lin también es descrita, además, con pocos y precisos trazos; sin embargo, se vuelve muy visible a los ojos del lector por su apariencia andrógina. Según ella, los poemas de Elisa son hermosos porque “pueden formar un ámbito oscuro a pesar de estar escritos en un lenguaje cristalino. O pueden formar una bengala estando hechos con la sombra de las palabras”. No solo las escenas se llenan de sombras en las incursiones de Elisa por las noches donde tortura y llega a matar a las víctimas de Fabiani, sino que la noche, el mar, la ciudad, hasta las palabras, están hechas de sombras.

Por otra parte, Lin es la perfecta contadora de anécdotas y parábolas. Sobresale aquella que trata de un hombre con una vocación sui generis: la vocación de la renuncia. Renuncia a la familia, a su nombre, a su identidad civil. No obstante, este hecho no es una alusión a una filosofía del desprendimiento, sino al fatalismo: nadie escapa de su destino, de lo que está escrito, algo que es propio de las religiones antiguas.

El relato de las peleas y luchas entre Elisa y los hombres de la lista negra del mafioso Fabiani, a los que debe ella doblegar, son estupendas; la violencia está bien dosificada en cada movimiento, de acuerdo con el arte de la defensa personal. Elisa sigue las enseñanzas de Lin Yikan, este personaje enigmático que atrae por su actitud ante la historia de las mujeres chinas durante la invasión japonesa en China a fines de los años treinta. Se trata de un arte marcial creado para que las mujeres se introduzcan de madrugada en las casas de los invasores japoneses con el fin de debilitarlos y aniquilarlos.

El ars poetica está presente siempre, sobre todo cuando Elisa alterna la acción con su rutina literaria, la de una poeta no solo entregada a su arte, sino por encima de todo, ya que nada es más importante que su obra.

En varios pasajes Diego Otero rinde homenaje a dos poetas peruanas: Blanca Varela y Magdalena Chocano. La presencia del poeta José Watanabe es menor, y mayor la de William Blake. Blake se le aparece a Elisa dos veces en forma de un anciano vestido con ropa de otra época. La primera vez en el baño de un bar y luego en un parque para comentar tanto los poemas de Elisa como los suyos.  A propósito de esta aparición (no inserta como un elemento fantástico, sino para darle a la trama, diría yo, un toque de humor cáustico), Elisa piensa que mejor se le hubiera aparecido Emily Dickinson o Blanca Varela. Y es más irónico aún, cuando Blake le pregunta si tiene el defecto del nacionalismo literario.

La piel del murciélago es una novela breve y auspiciosa, ágil, pero no superficial. Todo lo contrario. Esa violencia tipo Tarantino y otros directores de cine, o de novelistas estadounidenses como Cormac MacCarthy, Walter Mosley o James Purdy sustentan esta opinión y nos confirma que Diego Otero, como otros autores, es libre de elegir el género para crear: poesía, teatro, novela o cine. No hay límites en la creación, y así debe ser. ■

Diego Otero y Carmen Ollé durante la presentación en la librería El Virrey, de Miraflores. (Foto: Rolly Reyna)
La piel del muricélago, publicada por editorial PEISA. De venta en Librería El Virrey y demás librerías de Lima y Perú.
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