Salvador del Solar


SALVADOR DEL SOLAR: VIVIR LA VIDA

DE HACIENDAS Y PISCINAS. DE ALEGRÍAS Y TRISTEZAS. EL PASADO Y EL PRESENTE DE UN SOCIALITÉ DE AQUELLOS

EL DÍA QUE SALVADOR DEL SOLAR LABARTHE (Lima, 1970) iba a juramentar en Palacio de Gobierno como Ministro de Cultura del Perú, su padre, Salvador del Solar Figuerola (1941), lo llamó por teléfono y le aconsejó: “Cuando te entrevisten los periodistas no caigas en la huachafería de los políticos que se refieren a sí mismos con una autorreferencia; esos que en vez de decir “yo”, dicen: “mi persona” o “el que habla”.  Iba en broma, pero también iba en serio.

Al día siguiente, Salvador del Solar padre recibió en su WhattsApp un mensaje de su hijo, el nuevo Ministro de Cultura, que empezaba diciendo: “Estimado padre, mi persona te cuenta que…”. Eso sí que iba totalmente en broma y es el humor que comparten padre e hijo.

Salvador del Solar padre estudió en el colegio Santa María hasta segundo de media.  Tercero, cuarto y quinto lo hizo en una escuela de Inglaterra, hasta 1957, año en que regresó al Perú.

 “Cuando te entrevisten los periodistas no caigas en la huachafería de los políticos que se refieren a sí mismos con una autorreferencia; esos que en vez de decir “yo”, dicen: “mi persona” o “el que habla”.  Iba en broma, pero también iba en serio»

-¿Qué aprendió de los ingleses que pudo enseñarle a su hijo?

-Los buenos modales, las formas y la rectitud, es decir, no mentir ni hacerle daño a nadie. Y, claro, también el sentido del humor. Sin embargo, debo confesar que si Salvador es un gran hombre, es gracias a su madre.

Salvador del Solar padre es hijo y nieto de hacendados. Su bisabuelo, Pedro Alejandrino del Solar Gabans (1829-1909), fue un importante hombre de su tiempo. Peleó junto con sus hijos en la defensa de Lima durante la Guerra del Pacífico. Fue presidente del Consejo de Ministros del primer gobierno del general Andrés Avelino Cáceres (1986-1890) y primer vicepresidente del gobierno de Remigio Morales Bermúdez (1890-1894). Y si se sigue indagando en su árbol genealógico, se llega hasta el capitán Antonio de Solar y Gutiérrez (1509-1557), un conquistador del Ejercito Realista a quien Francisco Pizarro concedió la encomienda de indios de Surco, en recompensa por su lucha contra el asedio de los indígenas. El Morro Solar, en el distrito de Chorrillos, lleva el nombre de ese ancestro hasta el día de hoy.

«Y si se sigue indagando en su árbol genealógico, se llega hasta el capitán Antonio de Solar y Gutiérrez (1509-1557), un conquistador del Ejercito Realista a quien Pizarro concedió la encomienda de indios de Surco»

De vuelta al Perú, Salvador estudia la carrera de ‘Artes y Ciencias Administrativas’ en la Universidad de Lima, en el local inaugural que quedaba en Jesús María, frente al Campo de Marte. Se cachueleaba vendiendo naranjas en el Mercado Mayorista de Lima, que transportaba desde Huaral en su Ford pick up.  Otro de sus trabajos consistió en la medición de los terrenos aledaños a la hacienda. Entonces cobraba en la oficina principal de la hacienda familiar, que quedaba en la avenida La Colmena.

Salvador cuenta la anécdota: “Cuando el subgerente se acercaba a la caja fuerte para retirar mi salario, yo le preguntaba en broma: ¿Habrá plata?, a lo que él, sabiamente, siempre me respondía: En corral viejo, nunca falta guano”.

Eran tiempos en que el Perú era Lima, y Lima era Miraflores, y Miraflores era el Club Waikiki, y el club Waikiki era Carlos Dogny (1909-1997), la encarnación del hedonismo de los años cincuenta y sesenta.

Siendo presidente del club Waikiki, le mandaste hacer un busto en vida a Carlos Dogni. ¿Te reconoces en esa generación de chicos que fueron influenciados por él en su manera de vivir la vida?

-Carlos Dogny fue un referente para mí y para mis amigos adolescentes. Fue un gran banquero y un gran deportista, un bon vivant, un verdadero playboy internacional. Nos inculcó el amor por la tabla, por las fiestas luau y, cómo no, también por las chicas en bikini. Como él, parábamos en traje de baño y nos tirábamos bajo el sol para vivir siempre bronceados. Es cierto, fue él quien nos enseñó a vivir y a gozar la vida como si la vida fuera una fiesta interminable.

En 1968 el general Juan Velasco Alvarado dio un golpe de Estado en Perú.  Estatizó algunas empresas y expropió las tierras de los hacendados. Como cuando tiras del enchufe de la radiola en pleno baile, la música se apagó de golpe y la fiesta terminó.

En febrero de 1975 los funcionarios del gobierno revolucionario llegaron a la hacienda de Salvador, quien había tomado las riendas del negocio a la muerte de su padre, en 1970. Acompañados de una muchedumbre de campesinos, los funcionarios le informaron que sus tierras ya no le pertenecían.

«En febrero de 1975 los funcionarios del gobierno revolucionario llegaron a la hacienda de Del Solar. Acompañados de una muchedumbre de campesinos, le informaron que sus tierras ya no le pertenecían»

La hacienda de la familia Del Solar, en el distrito de Huaral, era la antigua hacienda Esquivel, una hermosa finca con una casona de estilo republicano coronada en lo alto por un espléndido mirador de madera, desde donde se podía divisar las 1,600 hectáreas de sembríos de algodón y algunos naranjales.

Había que ganarse los garbanzos, así que Salvador fundó una empresa de alquiler de tractores, una lotizadora de terrenos, una ladrillera que se vendía como pan caliente debido al crecimiento inmobiliario y una avícola en la que ciertamente no tuvo suerte, pues la terrible plaga de Newcastle aniquiló en poco tiempo a todas sus gallinas.  Entretanto, se casó tres veces y tuvo cuatro hijos.

En 1980, de vuelta a la democracia, emprendió contra el Estado un engorroso juicio que duró quince años, al cabo de los cuales pudo ser indemnizado millonariamente por sus tierras. En su caso, finalmente se hizo justicia.

Hoy en día Salvador del Solar Figuerola tiene 76 años, vive de sus inversiones y juega ajedrez con saco y corbata en el Club Nacional. Se declara fujimorista a mucha honra y como aporte a la sociedad pertenece a un colectivo de ciudadanos que defiende los derechos de los militares peruanos, especialmente de los integrantes del  comando Chavín de Huántar, que rescataron a los rehenes capturados por los terroristas en la residencia del embajador de Japón■

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