Algunas compañías de paneles son bien, pero bien moscas. Como están prohibidas de plantar sus colosales artefactos de fierro en la vía pública, ahora están alquilando espacios en patios de casas en zonas residenciales y techos de edificios que, por ser propiedades privadas, están exentos de fiscalización por el municipio. Y están colocando ahí sus paneles, sin importarles un pepinillo el perjuicio que ocasionan a los vecinos. Las estructuras publicitarias quedan tan cerca a las ventanas de los edificios colindantes, que imposibilitan la vista a la calle. Los pobres vecinos sales a su balcón a respirar aire puro o a observar la ciudad, y se encuentran con un panel de fierro de veinte metros cuadrados. Y, de noche, ni qué decir: las luces intermitentes y multicolores irrumpen en el interior de las casas, como si un ovni estuviera sobrevolando a pocos metros de distancia. Al argumento de Pepe el vivo: “yo-hago-lo que-me-da-la-gana-dentro-mis-cuatro-paredes…”, habría que agregarle: “mientras no molestes a los vecinos ni afectes el medio ambiente”.
UN TECHO PARA MI PAÍS
