ENRIQUE POLANCO: LA ARQUITECTURA DEL ESPANTO


ENRIQUE POLANCO: LA ARQUITECTURA DEL ESPANTO

UN ESPERPENTO DE CIUDAD ES EL TELÓN DE FONDO PARA LOS PERSONAJES QUE HABITAN EN LA ALUCINADA IMAGINACIÓN DEL PINTOR.

LOS EDIFICIOS QUE ENRIQUE POLANCO (LIMA, 1953) ha venido retratando desde los años ochenta se han llenado de polvo, incendiado, desplomado o simplemente han desaparecido del mapa.  La casona ‘El Buque’, en Barrios Altos; el cine Ritz, en el cercado de Lima; los edificios del Jirón Parinacochas, en la Victoria; la torre del Mirador de Ingunza, en el Rímac. Polanco los descubrió y los retrató cuando ya se habían convertido, con el paso del tiempo, en ruinas modernas de la Lima marginal.

En ese escenario, que pareciera el lado salvaje de la ciudad, el pintor inserta o hace transitar a los personajes de su alucinada creatividad. Mendigos, pandilleros, gavilanes, curas, la tapada limeña, el loco de la esquina y los perros husmeando en el basural.

«En ese escenario, que pareciera el lado salvaje de la ciudad, el pintor inserta o hace transitar a los personajes de su alucinada creatividad. Mendigos, pandilleros, gavilanes, curas, la tapada limeña, el loco de la esquina y los perros husmeando en el basural»

Los personajes de Polanco rara vez tienen el protagonismo. Como en la vida real, bataclanas, locos, pelagatos y fumones siempre están al margen. Pero tampoco es que sean secundarios; más bien aparecen como fundidos en el entorno.  Sus personajes recuerdan al paralítico que pide limosna en la esquina del semáforo y la gente, insensible, ni cuenta se da: lo percibe como parte del decorado.

En la iconografía de Polanco también están la muerte, siempre la muerte, la imagen de la patria, las gallinas peladas y colgadas patas arriba, los edificios incendiándose, los maniquíes en la puerta de los comercios, los techos sucios y los cerros con escaleras que conducen hacia quién sabe dónde.  Todos juntos y revueltos, como en un sueño, como en una pesadilla que tiene lugar en una ciudad horrorosa y bella en toda su descarnada y colorida expresión.

Cuando era niño, Enrique Polanco juntó sus propinas y se compró un libro con las ilustraciones del pintor Goya. A veces un libro o las palabras de un buen maestro pueden ser suficientes para constatar una vocación. Años más tarde, trabajando como ilustrador en el Ministerio de Energía y Minas, leyó un anuncio para el examen de admisión a la Escuela de Bellas Artes. Eran finales de los setenta cuando el joven Polanco abandonó su burocrático trabajo como dibujante de minas y socavones y empezó a estudiar pintura.

«Trabajando como ilustrador en el Ministerio de Energía y Minas, leyó un anuncio de admisión a la Escuela de Bellas Artes. El joven Polanco abandonó su burocrático trabajo como dibujante de minas y socavones y empezó a estudiar pintura»

El resto es historia conocida. El joven Polanco quedó impresionado por la arquitectura, el caos y la precariedad de las calles y los personajes del centro de Lima, donde quedaba la escuela de Bellas Artes,  y sus barrios vecinos.  Conoció al mítico pintor Víctor Humareda (1920-1986), con quien sostuvo una respetuosa amistad. Y realizó estudios de posgrado en el Instituto Central de Bellas Artes de Pekín (1984-1987), para luego regresar e instalarse en la ciudad de Lima.

En su taller de Barranco, sigue fiel a sus principios, retratando una ciudad caótica y siempre a medio hacer, o para ser más realista, a medio deshacer

FOTO: HERMAN SCHWARZ
Mirando la Lima de hoy, los angelitos coloniales parecen preguntarse, incrédulos, qué fue de la ciudad de los reyes.
LA CIUDAD DE LA FURIA. Precariedad arquitectónica, pasado glorioso y muertos vivientes son el reflejo metafórico del caos social.
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