EL DOMINGO 21 DE MAYO DE 1972 se celebraba la Fiesta de Pentecostés y la basílica de San Pedro, en el Vaticano, estaba abarrotada de fieles y turistas. Eran las 11:30 am aproximadamente cuando Laszlo Toth, un geólogo húngaro de 33 años, avanzó entre la multitud, burló a los guardias de seguridad y se subió al estrado de la escultura La Piedad para asestarle varios martillazos al grito destemplado de “¡Yo soy Jesucristo! ¡Yo soy Jesucristo y he regresado de la muerte!”.
El locumbeta fue reducido rápidamente, pero el daño ya estaba hecho. La famosa escultura que Miguel Ángel (1475-1564), que representa a la Virgen María sosteniendo en su regazo a un Cristo recientemente muerto en la cruz, había sufrido gravísimos, diríase, irreparables daños.
Quince golpes de martillo habían quebrado la rodilla de Cristo y destrozado la nariz, el párpado, el antebrazo y los dedos de la mano izquierda de la Virgen María.

El cómo se llegó a restaurar satisfactoriamente la escultura, tiene que ver con el Perú y con un personaje peruano, tal como lo narra el periodista Martín Riepl en un artículo publicado en BBC Mundo con motivo de los 45 años del infausto suceso.
“Quince golpes de martillo habían quebrado la rodilla de Cristo y destrozado la nariz, el párpado, el antebrazo y los dedos de la mano izquierda de la Virgen María”
Ésta es la historia. Tras el atentado del Vaticano, la comunidad eclesiástica se rebanaba los sesos definiendo el futuro de la obra dañada. Había quienes proponían dejarla mutilada y con el rostro desfigurado, mismo resto arqueológico. Y estaban los que planteaban recuperarla a toda costa, pero en esta alternativa siempre había el terrible riesgo de que María terminé con una nariz diferente a la original. Y, entonces, sucedió el milagro. En el archivo del Vaticano se encontró un dato esperanzador: existía una réplica exacta de La Piedad en una iglesita de los andes peruanos.
¿CÓMO ASÍ?
A fines de los años cincuenta el presidente del Senado, Enrique Torres Belón (Puno, 1887- 1969) había conseguido, contactando a una monjita peruana que trabajaba en el Vaticano, una entrevista con el mismísimo Papa Juan XXIII. Era tan hábil el peruano Torres Belón que no solo regresó al Vaticano en varias oportunidades, a charlar con el Papa, sino que llegó a convencerlo de mandar hacer una copia de La Piedad para la iglesia de su pueblo natal. Y fue así como en 1961 llegó una réplica, en yeso cristalino y de casi una tonelada de peso, al pueblito de Lampa, en el departamento de Puno, Perú. “La réplica de La Piedad que tenemos en la iglesia de Lampa, es como una gota de agua en relación al original”, dice Óscar Frisancho, presidente del Patronato de Lampa.

