En noviembre de 2017 un incendio provocado por la imprudente quema de caña de azúcar de una empresa vecina, dañó gran parte del sitio arqueológico Ventarrón. Las llamas de la quema de caña, que se realizaba a escasos 20 metros de la huaca, volaron hasta los techos de material sintético, donde se habían acumulado hojas secas, y en poco tiempo, un par de horas, afectaron considerablemente la arquitectura, los restos arqueológicos (huesos de animales, ceramios y restos textiles) protegidos en los almacenes y los murales que habían sobrevivido a los fenómenos del Niño y terremotos de los últimos cinco mil años. La huaca Ventarrón es el eslabón perdido de la historia cultural norteña, su primera gran construcción. Es una gran estructura escalonada con construcciones rectangulares, muros circulares, curvos, plazas en forma de cruz escalonada o chakana y altares de culto al fuego, entre otros. Como cuenta el periodista de viajes Íñigo Maneiro, “fue un centro cosmopolita, en el que confluyeron personas y productos de lugares muy lejanos, como muestran las trompetas hechas con caracol tumbesino, o las momias de guacamayos amazónicos que el arqueólogo Ignacio Alva Meneses ha descubierto en su interior”. Uno de los más importantes vestigios de la huaca, seriamente dañado por el fuego, es un mural que representa una escena de caza: un venado atrapado en una red. Se trata de uno de los primeros murales policromados (azul, amarillo y rojo) de América.




Uno de los importantes vestigios afectados por el fuego fue este mural, en colores azul, amarillo y rojo, con la imagen de un venado atrapado en una red.

Arqueólogo, investigador y conservador de la huaca Ventarrón.
■ Se conocía Ventarrón desde principios de los 90. Pero fue Ignacio Alva Meneses quien inició los estudios y la conservación en 2007.
■ Los almacenes guardaban unas 60 osamentas de personas y animales, colecciones de alimento, semillas de algodón, ceramios y textiles.